Y Fleming continuó trabajando duro y se acercó a los campos de batalla de la 1ª guerra mundial para seguir investigando un remedio eficaz contra las infecciones producidas por heridas abiertas, y tendrá que prorrogar sus estudios hasta 1928 para, por casualidad, descubrir ese producto: el hongo Penicillium. Todavía habrá que esperar doce años hasta que dos científicos en Oxford den con un derivado suyo, estable, purificado y listo para ser usado en la 2ª guerra mundial.
En España, la primera penicilina, enviada desde Brasil, llegó a Madrid en marzo de 1944, pero llegó tarde y la niña para la que iba destinada murió sin remedio. Ese mismo año el gobierno de Franco firma un acuerdo con el de Estados Unidos para asegurar el abastecimiento del nuevo medicamento, y crea el Comité Nacional de la Penicilina. A partir de este organismo se controlarán los precios, las listas de pacientes a la espera de recibir la medicación, y la lista de farmacias dispensadoras de penicilina, etc. Hasta enero de 1950 no llegó a normalizarse el consumo de este antibiótico eliminando todo veto de prescripción y dispensación. La primera caja de penicilina que despachó nuestra farmacia lo hizo un 25 de enero de 1950 con una receta del ayuntamiento. Ese primer año se dispensaron 213 cajas de penicilina –9 por cada 100 habitantes-. En el 2013 hemos dispensado 2611 unidades de antibiótico –60 cajas por cada 100 habitantes-. La desproporción es descomunal y todo apunta a que, tal vez, estemos abusando de su consumo. El tiempo lo dirá, pero lo hará a las generaciones futuras y alguien escribirá esa historia, y esperemos que sea condescendiente con la cultura sanitaria de nuestra sociedad.
Nota: este texto está basado en el artículo “la penicilina en la España franquista: importación, intervención e industrialización” publicada por los profesores Antonio González Bueno y Raúl Rodríguez Nozal en el nº 38 de la revista Eidon.