La crisis económica que afecta a nuestra sociedad ha puesto muchas cosas en su sitio y ha iluminado los caminos que más pronto que tarde deberán recorrer los diversos colectivos afectados.
Las farmacias nacieron del medicamento y han vivido de él, aunque en muchas de ellas, como en nuestra centenaria botica rural, se realizaban todo tipo de tareas sin cobrar un céntimo: pesar a recién nacidos, poner inyecciones, extraer anzuelos de pesca clavados en dedos infantiles, realizar pequeñas curas, dar el visto bueno a una recolección de setas, analizar el vómito de un perro, la lengua de un cerdo. Además se realizaban gran cantidad de tareas exigidas por la administración sanitaria y por las que se cobraba una exigua cantidad de dinero: análisis de leches, vinos y licores de productores y cosecheros, realizar el estudio del abastecimiento de aguas de la comarca, analizar la potabilidad de aguas de la red pública de abastecimiento y de manantiales privados, realizar análisis del agua de playas y piscinas en temporada de baños, buscar lotes de aceite con anilinas en establecimientos alimenticios en plena “tragedia de la colza”… Ahora, todas estas labores son responsabilidad directa de la administración sanitaria y escapan al quehacer de nuestras boticas.
Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva época en la historia de la farmacia, en la que ya pierden protagonismo la elaboración y la dispensación de medicamentos y ganan la formación e información al paciente y la colaboración en el correcto uso del medicamento.
En un futuro muy próximo, la farmacia europea, para continuar existiendo como un establecimiento sanitario singular, deberá cambiar de rumbo ofreciendo nuevos y más necesarios servicios a la población a la que atiende…o no sobrevivirá.