Hace unos días visité una herboristería marroquí donde un supuesto farmacéutico con mucha labia pregonaba las bondades de sus preparados a partir de plantas medicinales. Lo cierto es que a los turistas nos tenía boquiabiertos y vendía sin ton ni son desde fórmulas para herpes labial hasta afrodisíacos pasando por mezclas de polvos para guisar carnes o pescados.
En España la situación no es muy distinta debido al vacío legal existente: en julio del 2006 se publicó la “ley de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios” y en ella se recoge que: “podrán venderse libremente al público las plantas tradicionalmente consideradas como medicinales y que se ofrezcan sin referencias a propiedades terapéuticas”, también se advierte que queda “prohibida la venta ambulante de plantas medicinales”.
Todos estaremos de acuerdo en que ésta normativa nunca ha llegado a cumplirse y no existe ninguna voluntad de hacerlo, y lo grave del asunto es que el usuario cree, porque así se lo dicen al comprar, que las plantas medicinales son inofensivas y no acarrean interacciones ni efectos adversos, y por lo tanto no comunican a su médico de cabecera que se están automedicando.
Algo más habrá que hacer pues tratándose de un mercado al alza nos podemos encontrar, a la vuelta de la esquina, con serios problemas sanitarios. Y no quiero entrar en los fraudes y adulteraciones que históricamente han acompañado a este tipo de comercio.
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